Hace seis años tomé la decisión de estudiar Biología sin tener total claridad acerca de los debates con los que me encontraría a lo largo de la carrera. La idea de estudiar la vida, su origen y su evolución, así como el profundo amor y admiración que siento por los otros seres vivos, se convirtieron en las principales razones de esta decisión.
Lo primero que pensé cuando entré a la carrera fue que me encontraría con muchas personas similares a mí (en mi cabeza toda la gente que estudiaba Biología estaba ahí porque amaba los animales y quería protegerlos). Pero, a medida que fue pasando el tiempo, comprendí que amar a los otros animales muchas veces no es suficiente si no entendemos todo lo que está conectado a ellos y, por ende, a nosotros. En el mundo de la biología, los argumentos que yo tenía como animalista se quedaron cortos y entendí que debía expandir la mente si quería seguir luchando por las causas que me erizan la piel al lado de personas a las que estas no les mueven ni un pelo.
La biología también me ayudó a comprender que todos los seres vivos somos parte de un mismo sistema, pues nos relacionamos a partir de diferentes procesos y cumplimos una función específica. Esta es una de las razones por las que me enamoré de la conservación, la cual es una herramienta que nos permite proteger y preservar tanto individuos y especies en peligro como ecosistemas completos. Lo curioso de esto es que las acciones que tomamos y la prioridad que le damos a la protección de otras especies y ecosistemas nos afecta más directa que indirectamente, algo que muchas personas no tienen muy claro.
“estos problemas no son estrictamente biológicos, ni sociales, ni políticos, son transversales a toda una sociedad y hay que empezarlos a entender desde esa complejidad”.
“No se puede amar lo que no se conoce, ni defender lo que no se ama” (Leonardo Da Vinci). Sin embargo, el simple acto de amar también implica respetar el valor intrínseco, más allá del valor utilitario (aspecto que termina siendo netamente antropocéntrico). El ser humano se ha apropiado de todos los elementos que lo rodean para su beneficio y comodidad,muchas veces sin tener en cuenta el daño irremediable que puede causar en ellos.
Aquí voy a tomar como ejemplo los (repulsivos) criaderos. El hecho de criar organismos con un propósito únicamente antrópico es tan despreciable como innecesario. Podría pensarse que al generar un aumento en la población de una especie se estaría desarrollando uno de los principios básicos para preservarla. Sin embargo, la reproducción en cautiverio debe cumplir con una serie de parámetros en donde las interacciones con otros organismos son de vital importancia para mantener un equilibrio, aspectos que casi nunca (o nunca) se tienen en cuenta en estos lugares.
Otro ejemplo son los zoológicos. A pesar de que en algunos existen buenos programas de conservación dirigidos a especies que solo pueden sobrevivir en cautiverio, así como programas de reintroducción, en muchos otros se ignora por completo el valor intrínseco y ecológico de estos animales. El aumento poblacional no genera ningún equilibrio por las condiciones deplorables que se manejan y el hacinamiento de individuos en una porción no funcional de territorio los convierte en objetos con simple valor material.
Como veganxs sabemos que los animales no son objetos y ni ellos ni los recursos naturales tienen un valor material o económico. Ahora, tristemente, el valor material que pueda otorgarse a algo es uno de los argumentos que más atrae o motiva y, por esto, el tráfico de fauna silvestre es el cuarto negocio más rentable del mundo, después del tráfico de drogas, el de armas y el de personas (según la UNODC). Esto me conduce, finalmente, a los pagos por servicios ambientales (o ecosistémicos), en los cuales se ofrece un incentivo económico a las personas como una solución para conservar una especie o un recurso natural. No obstante, estos incentivos suelen ser debates tan complejos como limitantes, ya que dependen de múltiples factores como el territorio y la cultura, entre otros. Además, cualquier incentivo se agota eventualmente y, una vez esto sucede, se vuelve algo completamente contraproducente, por lo cual, en mi opinión, no debería tomarse como una solución. Esto puede compararse con el hecho de comprar un animal con la excusa de “salvarle la vida”. No solo no estás salvando al animal, sino que estás condenando a muchos otros al perpetuar la industria y le estás enseñando a la gente que la vida sí tiene precio y los animales son objetos que se cambian por dinero (palabras de Juliana de Juliana’s Animal Sanctuary).
¿Por qué es importante hablar de estos temas? Porque muchas veces desconocemos las consecuencias de nuestras acciones y el impacto que estas pueden tener a gran escala. Uno de los mejores ejemplos es la pandemia a la cual hemos tenido que adaptarnos estos últimos años debido a la falta de conocimiento acerca del gran sistema en el que vivimos, la sobreexplotación de recursos naturales, el abuso de los animales no humanos y la poca conciencia individual y colectiva. ¿Por qué se relaciona esto con el veganismo?
Porque el veganismo es mucho más que una alimentación o un estilo de vida que está de moda.
Es un fuerte aspecto social, ambiental, ético y político. Es una lucha por la liberación de los oprimidos, animales humanos y no humanos. Y así como lo expresó Catalina González Arango (sobre la deforestación en Colombia): “estos problemas no son estrictamente biológicos, ni sociales, ni políticos, son transversales a toda una sociedad y hay que empezarlos a entender desde esa complejidad”.
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Mariana Herrera
Mariana es bióloga, vegana, estudiante de la maestría en bioética de la Universidad Javeriana e integrante de La Quinta Pata, donde investiga, escribe y toma fotos.